miércoles, 28 de septiembre de 2011

El verdugo




Mario limpiaba el alma de los cañones sin reflejar
vehemencia o desagrado en la tarea, mas nunca apretó
un gatillo.
Andrés barnizaba la culata de los fusiles de asalto con
delicadeza: Protector, capa fina para una permeabilización
óptima, lijado, doble capa densa para el acabado, mas
nunca tuvo un arma.
Julián conducía un vehículo de gran tonelaje distribuyendo
minas antipersona por los cuarteles del ejército. Mas
nunca llevó uniforme.
Jesús, sobre un toro, circulaba por el almacén a gran
velocidad en busca de los pedidos de casquillos. Palé
arriba, palé abajo. Mas nunca rellenó uno de pólvora.
Alberto llegó a la política. Tuvo que ceder dos puntos
estratégicos del país a la Organización para facilitar el
ataque de un aliado. Mas ésta no era su guerra.
Marcos apretó el botón rojo y un complejo educativo
reventó bajo sus pies. En el edificio se encontraban en
aquel momento ciento sesenta y siete personas, pero
desde el cielo él no podía saberlo. Nunca desobedeció
una orden. Ejecutaba el sueño de los suyos. Tan sólo era
el verdugo.

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