martes, 21 de septiembre de 2010

Me gusta saber



... que nací en casa. 
A mi madre le daban 
miedo los hospitales 
y el azar se puso 
de su lado regalándole 
un vecino matrón, 
o patrón o matrono,
ustedes saben.

El piso era uno más 
de los pilares que forman 
la muralla dormitorio 
que alberga Madrid.

Como era el primogénito 
desperté cierta atmósfera 
de felicidad entre los míos, 
sin mérito alguno 
por mi parte.

Así que, poco a poco,
crecí en el Madrid 
de los parias, 
en un Madrid de pueblo, 
por mucho que tuviera 
su calle Mayor.
Lo moderno era 
ver fumar a mi madre, 
a mi padre víctima 
del divorcio, 
la electrónica que 
llegaba de oriente, 
la televisión a todo color, 
el hilo dental 
y tener teléfono en casa. 

El Ducados suelto 
estaba a tres pesetas 
y el Fortuna a cinco. 
La leche se vendía en bolsas 
y para consumirla 
había antes que cocerla. 
En los salones no faltaban 
las lámparas con revistero 
y las paredes se empapelaban 
hasta que se popularizó la gota.

Después como ustedes saben 
uno descubre que la vida 
es otra cosa. 



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