Sentado plácidamente en el sofá, Borja
desliza su dedo nariz arriba. Al principio no pasa de ser mera rutina, pero
pronto la voluntad se ve presa del vicio. El urgar pasa de instintivo a
alevoso. Se va a hacer daño, piensa la vecina, que está más pendiente de la
ávida tarea que de la conversación de la madre. El dedo de Borja desaparece por
momentos bajo la nariz con cierta violencia mientras su mano describe
movimientos circulares. A pesar de mirar hacia el televisor su mente trabaja en
otro fin, ese moco se resiste. Pero a Borja le sobran recursos y logra, con un
triple tirabuzón, recompensar su esfuerzo. Niño, que te vas a despeinar, apunta
la vecina. Pero ya es tarde, Borja pasea el trofeo en busca del lugar en que
colgarlo.
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