Cuando Douglas Coupland escribió a principio de los noventa un libro al que dio por título “Generación X”, difícilmente podría haber imaginado que dicho título daría nombre a mi generación. Han pasado quince años y parece que no hemos aprendido nada.
Nosotros crecimos como hijos de la Coca-Cola, de la democracia y del olvido. Herederos de un pasado rancio, de un dudoso presente y padres de un jodido y nada halagüeño futuro. También a nosotros nos vendieron un “hoy” acomodado en el que la emancipación era casi una utopía. Nos acusaron de generación pasiva, individualista y competitiva. De vivir sin ideología, de consumistas y acomodados.
Hoy somos nosotros los que inventamos etiquetas y a esta nueva generación de jóvenes la hemos denominado Ni Ni. Nuevos nombres para viejos problemas de comunicación. Una falsa intelectualidad que ya no recurre a la literatura para buscar epígrafes más acertados. Les acusamos de falta de ideología cuando sabemos que los sistemas las han deformado, envilecido y adaptado a caprichos dictatoriales. El descrédito del poder político no ha hecho más que aumentar y el pueblo llano intuye que manda cuando le deja el económico.
Acusarles de consumistas, competitivos e individualistas… resulta obsceno, pues estas son tres de las claves sobre las que nuestro sistema se asienta.
Los jóvenes se enfrentan a los nuevos tiempos sin instrucciones, como nos pasara a nosotros, y sin embargo es difícil encontrar un momento pasado en el que el activismo, la protesta social, los movimientos antiglobalización o contra el cambio climático formaran parte del día a día. La juventud cumple su papel de oposición, de resistencia y de rebeldía, al cien por cien.
Lo cierto es que, llámese Generación X, generación Nini o generación yeyé, estas denominaciones tan sólo denotan poca honestidad a la hora de asumir nuestro fracaso como generación anterior.
Desconfiar de la juventud nos convierte en el peor de los pesimistas, aquel que no cree en el mañana.
Me parece redondo, muy bueno.
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