... que nací en casa.
A mi madre le daban
miedo los hospitales
y el azar se puso
de su lado regalándole
un vecino matrón,
o patrón o matrono,
ustedes saben.
El piso era uno más
de los pilares que forman
la muralla dormitorio
que alberga Madrid.
Como era el primogénito
desperté cierta atmósfera
de felicidad entre los míos,
sin mérito alguno
por mi parte.
Así que, poco a poco,
crecí en el Madrid
de los parias,
en un Madrid de pueblo,
por mucho que tuviera
su calle Mayor.
Lo moderno era
ver fumar a mi madre,
a mi padre víctima
del divorcio,
la electrónica que
llegaba de oriente,
la televisión a todo color,
el hilo dental
y tener teléfono en casa.
El Ducados suelto
estaba a tres pesetas
y el Fortuna a cinco.
La leche se vendía en bolsas
y para consumirla
había antes que cocerla.
En los salones no faltaban
las lámparas con revistero
y las paredes se empapelaban
hasta que se popularizó la gota.
Después como ustedes saben
uno descubre que la vida
es otra cosa.
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