Mario limpiaba el alma de los cañones sin
reflejar
vehemencia o desagrado en la tarea, mas nunca
apretó
un gatillo.
Andrés barnizaba la culata de los fusiles de
asalto con
delicadeza: Protector, capa fina para una
permeabilización
óptima, lijado, doble capa densa para el
acabado, mas
nunca tuvo un arma.
Julián conducía un vehículo de gran tonelaje
distribuyendo
minas antipersona por los cuarteles del
ejército. Mas
nunca llevó uniforme.
Jesús, sobre un toro, circulaba por el
almacén a gran
velocidad en busca de los pedidos de
casquillos. Palé
arriba, palé abajo. Mas nunca rellenó uno de
pólvora.
Alberto llegó a la política. Tuvo que ceder
dos puntos
estratégicos del país a la Organización para
facilitar el
ataque de un aliado. Mas ésta no era su
guerra.
Marcos apretó el botón rojo y un complejo
educativo
reventó bajo sus pies. En el edificio se
encontraban en
aquel momento ciento sesenta y siete
personas, pero
desde el cielo él no podía saberlo. Nunca
desobedeció
una orden. Ejecutaba el sueño de los suyos.
Tan sólo era
el verdugo.
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